La Felicidad Interna Bruta (FIB) se presenta como la alternativa al Producto Interior Bruto (PIB) para incluir en la medida de la riqueza de las naciones el bienestar y la felicidad de las personas, valorado por diferentes factores, entre ellos el medio ambiente o la salud, entendiendo que será difícil ser felices si con nuestro modelo de desarrollo actual se está poniendo en entredicho el desarrollo de las generaciones futuras.
La ONU, a principios de los 90 ya propuso la creación del Índice de Desarrollo Humano (IDH), clasificando a los países en función de la educación, la salud o las condiciones de vida digna.
La cuestión es que crece la tendencia a pensar que el PIB no es el indicador económico más correcto para medir el desarrollo económico de los países, ya que no es capaz de valorar factores como la equidad de dicho desarrollo, la conservación del medio ambiente, la salud o la educación de la población. Se pone en entredicho por tanto que el desarrollo de un país se mida únicamente por la producción de bienes y servicios realizados si lo que se pretende es apostar por un modelo de desarrollo y crecimiento sostenibles.
Algunos países están teniendo en cuenta la felicidad como uno de los parámetros para medir el bienestar de la sociedad, como ocurre con Brasil, donde el gobierno debate sobre la necesidad de “humanizar la Constitución”, partiendo de la idea de que el Estado debe crear las condiciones esenciales para que las personas sean felices.